Primera parte: «Ella no estará».

Me había preguntado mil veces que haría cuando ella decidiera irse, quizá no sentiría nada porque realmente había sido un pasatiempo como muchas otras veces lo habían sido otras mujeres, pero cuando, horas después de que discutiéramos, apareció en la puerta de mi casa con esa cara que pone cuando las cosas no van bien y se lanzó a mi pecho como si yo fuera su saco de boxeo, comprendí que podía y quería salvarla.

Ya en el salón, se hizo un hueco en mi cuello y, sin que yo abriera la boca, noté como, poco a poco, sus pulsaciones disminuían hasta dejarla dormida en mis brazos. La contemplé mucho rato mientras le acariciaba la raíz del pelo y juro que me sentí como un marinero que consigue sacar su barco a flote de una gran tormenta en alta mar.

Yo la quería, estaba claro, y no quería que se fuera, aunque, por mucho que quisiera retenerla, ella decidiría irse igual.

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