Hasta que sea demasiado tarde.

-¿Entonces?
-Entonces ella se fue marcando de forma irreparable el resto de mi vida. Yo nunca la había querido, sólo añoraba la forma en la que ella hacía señales de humo para llamar mi atención, extrañaba su rara manía de ser el centro de todos mis sentidos, indiferente al resto.
Posiblemente todos sus esfuerzos por ser mía fueron en vano, es probable que algún día yo acudiera a su casa como si me faltara parte de la respiración en cada uno de los pasos que iba dando, pero nunca le di demasiada importancia.
Posiblemente dio tanto de sí por formar parte de mi que nunca quise hacerle un hueco.
Posiblemente era tan buena y sumisa a todo lo que yo le decía que me cansé.
Y es verdad que la besé unas mil millones de veces, que en cada uno de sus abrazos reconstruía todo mi cuerpo y curaba todos y cada uno de los daños hasta entonces; que me desaté viéndola entrar con aquel vestido negro ceñido puesto por primera vez en su vida, es más, creo recordar que de esa noche lo único que recuerdo es a ella entrando por la puerta de la discoteca de moda de hace algunos años. Y entonces pasó, pasó que me confundí completamente, que quizá tenía tantas ganas de encontrarla que pensé que era ella y no sé, quizá necesitaba un poco de todo lo que ella era para poder ser un poco más yo.
-¿Y nunca fue amor?
-No, era seguridad. Todo lo que hizo desde que se enamoró de mi hasta que le pedí que se fuera fue construir una especie de caparazón en mi, cuyos materiales fueron mucho amor y mucha confianza en mi mismo. Ver que alguien me podía querer tanto me hizo sentir que era más de lo que soy, hasta el día de hoy, en el que no me encuentro y ella está perdida.
No le pedí que se fuera pensando en ella, es más, fui yo quien se despidió de muy malas maneras. Estaba cansado, estaba abrumado de tanta atención, ella me miraba como si fuera yo quien pusiese las baldosas que pisaba y yo la veía ahí, como lo que yo tendría siempre y, joder, pensaba en otras, claro que lo hacía. Porque aparte de su vestido negro, estaban las que llevaban vestidos rojos y sonrisas enormes, el pelo suelto y liso, liso y largo. Me encantaban las chicas que lucían brillantes y caminaban seguras de lo que estaban haciendo, independientes y muy, pero que muy difíciles. Esa fue la razón de que yo la dejara en el mismo sitio donde la había encontrado, haciéndola sentir como una piedra con la que me había caído, como un foco de luz oscura y triste.
-¿Te arrepientes verdad?
-...


1 comentario:

  1. Una entrada real y sobretodo muy buena.
    Un besito desde http://siestadestinadoapasarpasara.blogspot.com.es/ <3

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